El
asesinato perfecto existe. Sólo se requiere de dos completos desconocidos, con
el afán de deshacerse de un ser indeseable, que estén dispuestos a intercambiar
a la víctima. La razón de esto es que al matar a un desconocido nadie podría
ligarte con el crimen ya que no existe un motivo de por medio.
Bueno,
por lo menos eso es lo que considera Bruno Antony, personaje interpretado por Robert Walker en “Strangers on a Train” cinta de Alfred Hitchcock que en México se conoció con el nombre de “Pacto Siniestro” y que estaba basada
en la novela homónima de Patricia Highsmith.
El
rol protagónico de dicha cinta, recayó sobre Farley Granger que ya había trabajado con Hitchcock en “La
Soga” (“Rope”). Así, Granger dio vida a un joven tenista, famoso no solo por
sus habilidades en la cancha de juego, sino también por sus intenciones de
comenzar una carrera política y casarse con la hija del senador Morton; esto
claro si su infiel esposa le concede el divorcio.
La
historia iniciaba precisamente con la secuencia de donde tomaba su nombre a la
cinta (tanto en inglés como en español), en la cual dos extraños se conocen y
uno cree haber hecho un funesto pacto con el otro.
Es
así: Bruno, que sigue la carrera de Guy en los periódicos, se encuentra con el
atleta y sostienen una conversación donde el primero le plantea al segundo, sus
ideas sobre lo que llama “el crimen perfecto”. De este modo, Bruno accede a
matar a la esposa de Guy (que se niega a divorciarse de él) si a su vez éste
mata a su padre (para que Bruno herede sus millones y viva a sus anchas).
Guy
lo toma como una mera conversación pero Bruno, como no es raro encontrar en las
películas de Hitchcock, es en realidad un psicópata, así que se decide a
cumplir con lo supuestamente acordado.
Pero
el problema no termina con la muerte Miriam (Kasey Rogers) la esposa del
tenista; y es que cuando Bruno confiesa a Guy ser el homicida y a su vez descubre que él no tiene
intenciones de cumplir con su parte y matar a su padre, Guy comienza a ser
acosado por Bruno quien amenaza con incriminarlo por la muerte de su esposa y
derrumbar así su mundo.
El
tema es sin duda escabroso, pero de todas las escenas de la película la que
toda la vida logró ponerle a Hitchcock los pelos de punta, fue aquella del
clímax donde los protagonistas se encuentran sobre un carrusel desbocado.
Pero
no era tanto por lo que ocurría en trama, si no por la complicación técnica de
su realización. En algún punto de la misma, un actor secundario debía
arrastrarse por debajo del desenfrenado juego para activar una palanca y así
detener el movimiento. Hitchcok sabía que si aquel actor hubiese levantado unos
pocos centímetros la cabeza habría sido decapitado por el juego.
En
cuanto al reparto, Granger no había sido la primera opción para encarnar a Guy
(inicialmente sería William Holden). Quizás esto hizo que el maestro fijara más
su atención en la genial interpretación de Walker y diera preferencia a al
villano por encima del héroe.
De hecho, para Walken tal papel fue el despunte de su
carrera y es probable que hubiésemos visto más de él en otro trabajo del cineasta
pero, víctima de una larga depresión, el mismo año que se estrenó la cinta
decidió quitarse la vida.
Por
otra parte, es bien sabido que Hitchcock gustaba de incluir en sus filmes a
actrices rubias, pero en ésta, Ruth Roman que encarnaba a Anne Morton, no lo era. ¿La razón? había sido impuesta por la casa productora. No obstante, quien sí fue incluida de buena gana en
un rol secundario fue Patricia Hitchcock, hija del británico, que daba vida a
la hermana menor de la actriz principal y hacía la contraparte cómica.
La película cuenta con dos versiones, la por todos
conocida en Hollywood y la que podríamos llamar “versión del director”. La
primera, termina con Guy siendo reconocido nuevamente en un tren por un hombre,
pero éste recordando la experiencia con Bruno, opta por y dejar al hombre con
la duda. Por su parte, que la otra versión terminaba una escena antes, con Guy
dando a Anne noticias sobre el desenlace del conflicto.
Fuera de lo que se pueda pensar, esta no es
simplemente la historia de un psicópata ofuscado por sus ideas acerca de cometer
el crimen perfecto. Es también la de un hombre desesperado por conseguir la
atención de otro por el cual se siente atraído.
Esto puede vislumbrarse conforme avanza la cinta, y
el interés de Bruno por deshacerse de su padre de diluye notablemente y en
cambio incrementa su deseo por estar cerca del tenista. Uno de los elementos
clave para esta deducción, es aquella escena en la que Guy, con una llave que le hace
llegar Bruno, se adentra en la habitación del padre del primero para advertirle
sobre las intenciones de su hijo, pero al encenderse la luz a quien vemos en su
interior es al mismo Bruno recostado en la cama esperando por él.